Al descubrir el rey de Persia Darío I (521-486 A. C.) la tumba de Nicotris, reina de Babilonia, vio en el sepulcro una inscripción que decía:
«Quién necesite dinero encontrará aquí lo que busca».
Y Darío, que no necesitaba precisamente dinero, mandó abrir la tumba y no encontró ni un céntimo. La momia de la reina, en lugar de monedas, le esperaba con otra inscripción bien distinta en la espalda:
«Si no fueses tan avaro, no se te abría ocurrido profanar esta tumba».