
Desde muy antiguo se llamaba sopa boba a la comida que se distribuía a los menesterosos a las puertas de los conventos.
Por extensión, «comer la sopa boba» y «andar a la sopa boba» equivalían a llevar una existencia de ocio e incluso de parasitismo.
El «sopista» era el que buscaba la forma de vivir en absoluta holganza, y también el estudiante pobre que cursaba carrera subsistiendo prácticamente de la caridad.
Todavía hoy, la expresión vivir de la sopa boba se aplica a quien goza de un buen enchufe.