
La idea de bautizar a los huracanes con nombres propios la tuvo, en 1.900, el australiano Clement Wragge, quien les ponía los nombres de políticos que le desagradaban.
En la actualidad son Canadá, EE.UU., México y los países del Caribe los encargados de estos «bautizos», algo que hicieron de una manera extremadamente sexista hasta los años 70.
Hasta entonces todos eran nombres de mujer por, y es textual, «ser éstas de carácter imprevisible y molesto».