Se cree que la frase alude al tranvía número ocho, que hacía el recorrido entre la Puerta del Sol y el barrio de Manzanares a principios del siglo XX de Madrid.
No parece que tuviera que ver con el vehículo, ya que era como todos los de su época, sino con la chulería y majeza de quienes se trasladaban al Paseo de San Antonio de la Florida los días de la romería y cogían ese tranvía para ir a la rivera del Manzanares.