Conversación con Alfredo Di Stefano – César González-Ruano – 25 de abril de 1954

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No hay que explicar nada sobre la personalidad del delantero centro del Madrid, de la “Saeta Rubia”, del goleador de la Liga, de este jugador extraordinario que tiene poco menos que acaparado, por derecho propio, el primer plano de la actualidad deportiva.

Los deportistas ya saben de él casi más cosas que sepa el mismo Di Stefano, y los profanos, aunque no sepamos nada, sabemos que en lo suyo es un tipo imponente, y en paz.

Di Stéfano está en su mejor instante vital. Se prepara en estos días un homenaje a su figura y al reconocimiento de lo español por los servicios prestados al Madrid sin desmayo, con asidua sabiduría, por el argentino internacional que hoy nos ocupa.

Di Stéfano ha venido a Barcelona en los mismos días de abril en que estoy y se hospeda también el Hotel Oriente, en el cogollo urbano de estas Ramblas expresivas y multicolores.

Visto así, de cerca, con pantalón largo, con corbata, camisa y americana, DI Stéfano no podría llamar la atención de nada. ¿Es que tiene que llamar la atención por algo un jugador de fútbol? Seguramente, no.

Pero, claro, la fama parece que se va a notar físicamente en alguna cosa. Y luego, resulta que no se suele notar físicamente en nada. Está Di Stéfano vestido con un traje gris como de verano.

La americana- “ el saco”- cruzada, le queda un poco grande, como si hubiera adelgazado o fuera de otro. El pantalón le cae demasiado sobre el zapato negro. No es precisamente un “dandy” este muchacho. No da la impresión de proponérselo tampoco. Es correcto, esto sí.

Pertenece Di Stefano a la gran raza de los rubiascos. No es rubio, sino exactamente eso: rubiasco. Tiene una expresión un tanto atónita, como si acabara de despertar, como la del hombre que va a un Banco y lo encuentra cerrado, como la del muchacho a quien ha dado plantón una chica. Una sonrisa de excelente chico se asoma a los labios delgados.

El mentón es largo y partido. La frente, despejada. Las cejas, altas. Hemos elegido para hablar un rincón del hall, cerca de un largo itinerario de vitrinas con toreritos, bailarinas y castañuelas, con abanicos, con tijeras y puñales de Éibar, con todo ese mundo convencionalmente español preparado para el desfile turístico.

Son las doce y media de una mañana gris, de una mañana de primavera escamoteada. Él, que va a jugar esta tarde, ha almorzado a las doce. Esta “concentrado”.

– ¿Qué hacía usted antes de dedicarse al fútbol, Di Stéfano?

– Estudiaba.

– ¿Para que estudiaba?

– Para ingeniero agrónomo. Mi padre tenía en Buenos Aires ganadería y, claro, todo lo relacionábamos con la tierra.

Habla Di Stéfano con mucho acento argentino. Es lo que pudiéramos decir, con bastante precisión, expresivamente inexpresivo, más bien soso y tímido, con una simpatía que él no la procura, que él no ayuda con nada.

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Cruza las manos en postura habitual, siempre está cruzando los dedos, y cuando no llega a esto se coge con una mano un dedo de la otra. En la derecha lleva una alianza.

– ¿Se ha perdido en usted un buen ingeniero?

– Yo creo que sí. Y lo creo porque, teóricamente, me gustaba mucho la carrera y era un buen estudiante.

– ¿Lo siente?

– No. El fútbol ha sido para mi una verdadera vocación.

– ¿Cómo despertó en usted esa vocación?

– Iba con otros muchachos, para divertirnos, a jugar a un campo. No sé… Mi padre también había sido jugador de fútbol. En seguida me llevaron al River Plate, de Buenos Aires.

Llama a un camarero. Me pregunta qué quiero tomar. Naturalmente, yo café. El también café. Me asombra un poco, pero luego me acuerdo de que él ha comido ya.

Conversamos sobre su familia, su sangre, su raza. Es un producto muy internacional Di Stéfano. Argentino: con italianos, franceses e ingleses en sus ascendencias. Salen bien estas cosas.

– ¿Lee usted?. La pregunta, si no como una pedrada, si como un terrón de azúcar tirado en el café de pronto, la encaja bien:

– Si leo bastante.

– ¿Qué?

– Por lo general, Historia y biografías. Me gusta más la vida vivida que la novela. También escribo.

– ¡Caramba! ¿Qué escribe usted?

– Cartas

– ¡Ah!

– Y colecciono con mucho cuidad en carpetas todo lo que se publica sobre mí. Lo llevo con un gran orden.

– ¿No escribe más?

– Siempre he pensado en intentar alguna vez escribir mi vida. Sería muy lindo.

– ¿Cuántos años lleva usted en la vida?

– Veintisiete.

Di Stéfano está casado. Tiene dos niñas. Me han dicho que es un hogareño, muy buen marido, muy buen hijo, muy buen padre. Sigamos:

– ¿Para qué quiere usted el dinero?

– ¿Cómo que para qué lo quiero?

– Sí, ¿Qué hace usted con él?

– Todo lo que gano lo invierto en tierras y en ganadería. Yo tenía desde 1947 un “tambo”.

Ampliación a mi desconocimiento de estas cosas. Primero, lo que es un “tambo”. Luego, lo que hacen en el “tambo”. Después, lo que produce un “tambo”

– Ordeñar…

– ¿Ordeñar?

– Ordeñar, crema y mantequilla…

– ¡Ah, bueno!

Hablamos ahora de fútbol. Para mí éste es un bosque donde me encuentro perdido. Lo mismo me ocurrió con Kubala y con Samitier. Pero no importa. Además, no hay otro remedio. ¿Cómo no voy a hablar de fútbol con Di Stéfano? Fútbol y toros. Comparaciones.

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– Una pelota no es un toro…

– Evidente.

– Una pelota no se mueve por ella misma. La tenemos que mover nosotros. También el fútbol tiene algo de arte. Todo lo que hacemos con los pies lo hemos de hacer antes con la cabeza.

Paréntesis para hacer fotos. Al fotógrafo y a mí nos gusta hace una un poco rara: unos zapatos en primer plano. No se sacude uno fácilmente el simbolismo.

– ¿Qué futbolistas influyeron en usted?

– Yo tuve unos compañeros que me enseñaron a que había que tener antes que nada habilidad.

– ¿Bonaerenses?

– Sí, bonaerenses. Moreno, Pedernera, Rosas, Labruna, Lostau…

– ¿Qué tipo de jugador puede gustarle más?

– A mí me gusta el jugador que tenga arte. El jugador claro, limpio.

– ¿En España?

– En España tenemos varios.

– ¿Quiénes?

– Varios…Muñoz, Arza, Silva, Molowny…

– ¿Y Kubala? ¿Qué le parece Kubala?

Di Stéfno se pone muy serio. Se pasa la punta de la lengua por los labios finos:

– Kubala es la máxima expresión del fútbol. Las sabe todas.

– ¿Jugará usted con él próximamente?

– Sí, en el homenaje a Zarra.

– ¿Encuentra usted mucha evolución en el fútbol actual en relación a lo que le han dicho que era el fútbol en otras épocas?

– Siempre hubo épocas. Siempre parece, en fútbol y en todo, que lo pasado fue mejor.

– ¿Y su dimensión publica?

– Los estadios se agrandan todos los días. Lo que quiere decir algo. Además, el fútbol está teniendo, como no tuvo nunca, un verdadero sentido internacional.

– ¿En que aspecto?

– El fútbol ha sido el enlace más grande que han tenido los países. Sepan o no de fútbol, se han unido en su pasión todos los habitantes de un país. Todos los gobiernos, cuando llega un equipo, lo reciben como a una auténtica misión diplomática.

Me explica ahora Di Stéfano en lo que consiste para él una jornada de trabajo y un día de no trabajo. En esta última dice él que se levanta de ocho a ocho y media de la mañana. Que tiene un rato a las niñas jugando a su lado. Que desayuna “mate”. Que va luego a entrenar hasta la una y media. Que regresa después a casa y almuerza, y que hacía las siete de la tarde da un paseo, generalmente con su mujer. Que casi nunca trasnocha.

– ¿Y el día de juego?

– El día de juego es de mucho reposo. Almuerzo temprano. Lo principal es comer bien.

– ¿Qué moral tiene usted después de un partido al margen de la natural alegría de haber ganado o de la natural tristeza de haber perdido?

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– Mi moral depende exclusivamente de cómo haya jugado. No está ni en el éxito ni en la derrota. Sino en la responsabilidad que uno se crea ante sí mismo.

– ¿Es usted muy severo con Di Stéfano?

– Sí, mucho. Le exijo demasiado. Le hago poner mucho corazón a todo lo que hace.

– ¿Qué cree usted más importante en el fútbol, el apasionamiento o la frialdad?- A mi modo de ver, el futbolista tiene que ser un apasionado. En todo en la vida me parece que hay que ser un apasionado.

– ¿Va usted mucho como espectador al fútbol?

– Voy bastante, y sufro mucho. Me apasiono. Llevo en la mente el juego.

– ¿Y a los toros, va usted?

– He ido también bastante. En Colombia, donde estuve tres años, he visto a casi todos los toreros españoles que han pasado por allá.

Proyecto para el porvenir. ¿No es éste uno de los capítulos que para un profano parece más importante en la vida de un futbolista profesional? Di Stéfano me dice:

– Yo tengo un contrato hasta 1957. Si hasta ese año respondo como creo que debe responder Di Stéfano, puede ser que tenga el cincuenta por ciento de probabilidades para seguir jugando. Si no es así, me retiraré, y ya tendré treinta y un años.

– ¿Y que hará entonces?

– Quizá me dedicara a lo que tengo ya encaminado.

– ¿El “tambo”?

– Sí, el “tambo”.

Tocamos un tema difícil: la critica deportiva. ¿Qué le parece a él la crítica?

– En general, apasionada como el público mismo.

– ¿Le influye a usted el público?

– Le oigo cuando hago una buena jugada, me entero si está satisfecho. Si creo que es lo contrario, trato de enmendar rápidamente la mala jugada. Ahora que el público no impresiona fundamentalmente mi forma de ser.

Hemos hablado de muchas cosas más. Di Stéfano contesta bastante bien y es muy concreto. Hemos hablado, por ejemplo, del momento español en el mundo internacional deportivo. Di Stéfano cree que éste es el gran momento de España, que estamos quedando muy bien en todo.

– En hockey sobre patines, en ciclismo…

– ¿Que le parece a usted el baloncesto?

– Lo considero uno de los deportes más completos.

– ¿Es usted supersticioso en el fútbol?

– Hago cábalas. El 13, al contrario de lo que se dice, a mi me pone contento.

Y nada más. Hay que despedirse de este muchacho, que dentro de muy poco tiempo va a estar en el campo prendiendo las miradas de todo un público, cada vez más numeroso y cada vez más seguro del destino de este jugador admirable.

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