Carta del Mariscal Moncey al Rey Luis XVIII

Señor viéndome en la duda de desobedecer o faltar a mi conciencia, absténgame de entrar en la cuestión de la inocencia ó culpabilidad del mariscal Ney: vuestra justicia y la equidad de sus jueces responderán de ella á la posteridad, que con igual balanza pesa á los reyes y a los súbditos.

Pero no puedo, Señor, pasar en silencio los peligros que van rodeando á V. M.¿No se ha derramado aun bastante sangre francesa ? ¿No son todavía bastante grandes nuestras calamidades? ¿El envilecimiento de la Francia no ha llegado aun a su último período? Cuando hay necesidad de restaurar, de dulcificar y de consolar ¿Se nos proponen y exigen nuevas proscripciones? ¡Ah señor! Si los que dirigen vuestros consejos quisieran realmente el bien de V.M. le dirían que el cadalso produjo amigos.

¿Pueden ellos creer que la muerte sea temible para los que están tan acostumbrados a a burlarse de ella? En el paso del Beresina, allí en aquella espantosa catástrofe donde Ney salvó los restos del ejército, tenia yo parientes, amigos y soldados que son los amigos de sus jefes, ¿y cómo podría yo condenar á muerte al que tantos franceses deben la vida, y tantas familias sus hijos, sus esposos y sus padres?.

No, Señor: ya que no me sea dado salvar mi patria, ni mi propia existencia aun, quiero por lo menos que mi honor se mantenga ileso, y si tengo algún pesar es el haber vivido demasiado tiempo, pues sobrevivo á la gloria de mí patria: ¡Quién será, no digo el mariscal, pero ni el hombre de honor que no esté pesaroso de no haber encontrado  la muerte en los campos de Waterloo ¡Ah! Si el mariscal Ney hubiese desplegado allí la energía que en tan repetidas circunstancias había desplegado anteriormente, acaso no tendría que comparecer hoy día ante un consejo de guerra: acaso los mismos que pedirán ahora su muerte, estarían entonces implorando su protección. Disculpad, Señor, la franqueza de un antiguo soldado, que siempre ha permanecido ajeno á toda intriga, y no se ha ocupado más que de su profesión y de su patria. El ha creído que la misma voz que se atrevió a murmurar de las guerras de España y Rusia, podía hacer resonar el lenguaje de la verdad en los oídos del mejor de los reyes, del padre de sus súbditos.

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Se muy bien que semejante paso cerca de cualquier otro monarca , me hubiera sido peligroso. Tampoco dejo de conocer que podrá acarrearme el odio de los cortesanos; más si al bajar a la tumba, puedo repetir con uno de vuestros ilustres antepasados. Todo se ha perdido menos el honor, moriré contento.

Mariscal Moncey, duque de Conegliano

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