Heinrich Schliemann y su Tesón por Descubrir las Ruinas de Troya

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Heinrich Schliemann (1822 – 1890) nació en un pueblo alemán fronterizo con Polonia. Su padre, el párroco local, aderezaba las tardes de invierno con relatos de la Ilíada: el heroico Aquiles y la bella Helena calaron tan hondo en el joven Heinrich que se prometió a sí mismo descubrir las ruinas de Troya. Para el resto del mundo Troya no era más que la fantasía de un poeta ciego.

Mientras maquinaba su proyecto arqueológico, decidió hacerse comerciante, y en su primer viaje naufragó en las costas de Holanda junto al barco que debía haberle llevado a él y a su tripulación a las Américas. Se salvó de milagro. Una vez establecido en Ámsterdam hizo una inmensa fortuna como contable y aprendió en menos de un año holandés, español, inglés, francés, italiano y portugués. Allá donde viajara escribía una bitácora en el idioma local, por lo que al final de su vida llegó a hablar diecisiete idiomas.

Era el momento de retomar el camino de Ulises, así que volvió a una Ítaca de donde jamás partió. Se casó con una joven nativa por el antiguo ritual griego y después reunió todo su capital y junto a un grupo de arqueólogos aficionados se instaló en las planicies de Constantinopla. Su tesón y el regateo con las autoridades turcas dieron su fruto el 30 de mayo de 1873: más 10 000 reliquias pertenecientes a Príamo, rey de Troya. La fantasía se tornaba realidad. Schliemann aún tuvo tiempo de desmitificar unas cuantas teorías de los historiadores modernos, pues descubrió las tumbas de Micenas cerca de la famosa Puerta del León, y no fuera de los muros de la ciudad como hasta entonces se había pensado.

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Se construyó un palacio semejante a los de la antigüedad y pasó sus diez últimos junto a su esposa. Murió en 1890.