
El peluquero de María Antonieta, el señor Lëonard, creaba sobre la frente de las damas verdaderas torres de cabellos decorados con ornamentos como paisajes, frutas y palacetes.
Los peinados eran tan altos que las damas no podían sentarse en sus carrozas. Tenían que ir de rodillas, y en los palcos de los teatros se tuvieron que subir los techos.