Carta de la Baronesa Else Hagen von Kilvein a Hitler

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“Herr Hitler, no tengo en claro cómo debo empezar esta carta. Largos, largos años de difíciles experiencias, de tormentos y preocupaciones humanas, de desconocimiento de mí misma, de búsqueda de algo nuevo, todo ello ha pasado de golpe en el instante en que he comprendido que lo tengo a usted, Herr Hitler.

Sé que usted es una grande y poderosa personalidad, y yo sólo una mujer sin importancia, que vive en un lejano país extranjero, del que quizás no podré alejarme, pero debe comprenderme.

¡Cuán grande es la felicidad si se encuentra de pronto la meta de la vida, si de pronto un rayo de luz clara penetra las nubes tenebrosas y se vuelve más y más clara!.

Así conmigo: todo está tan iluminado por un gran amor, el amor a mi Führer, a mi maestro, que a veces quisiera morir teniendo su imagen ante mí, para que no pueda ver más nada que no sea usted.

Le escribo no como canciller de un poderoso imperio –quizás no tengo derecho a ello–, le escribo sencillamente a un ser humano que me es querido y que siempre lo será hasta el fin de mi vida.

No sé si usted cree en la mística, en algo superior que nos rodea y permanece invisible y que sólo se puede sentir. Yo creo en ello, siempre creí en ello y siempre creeré en ello. Sé que hay algo en el mundo que vincula mi vida con la suya.

¡Dios mío, que no pueda yo sacrificar mi vida por usted, a pesar de que mi mayor felicidad sería morir por usted, por su doctrina, por sus ideas, mi Führer, mi noble caballero, mi Dios!

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Es muy posible que estas líneas no le alcancen nunca, Herr Hitler, pero no me arrepiento de escribir esta carta. En estos instantes experimento una alegría tan maravillosa, una seguridad y una paz tales en mi lucha moral, que hasta en ellas encuentro mi felicidad.

No tengo otro Dios que usted, y ningún otro Evangelio que su doctrina.

Suya hasta la muerte,

Baronesa Else Hagen von Kilvein.”