Curiosidades sobre los César

Julio César dictó un edicto que permitía eructar y expulsar los gases en los banquetes. Este edicto fue dictado como consecuencia de los problemas que uno de sus familiares tuvo en una comida en palacio. Estuvo a punto de morir por aerofagia al guardarse los gases por educación.

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Claudio destacaba por su mala memoria. Más de una vez hacía llamar a personas a las que él mismo había condenado a muerte, para que estuvieran presentes en el consejo de gobierno o para jugar a los dados. Fue tan lejos su “despiste” que un día, sentado en su triclinio, no se cansaba de preguntar a sus guardias dónde estaría su mujer, Mesalina. Claudio parecía no recordar que Mesalina había sido ejecutada tiempo atrás.

El padre de Nerón, el César que incendió Roma, llegó a sacarle un ojo a otro caballero porque éste le había levantado la voz y había recriminado su conducta.

Al propio Nerón, muy a menudo, en el desarrollo de los juegos del Circo, le gustaba cantar en público. Estaba totalmente prohibido salir del teatro hasta que no terminara de cantar, pues cerraban a cal y canto las puertas. Por eso, en alguna ocasión, como registra la Historia, alguna mujer dio a luz en medio del espectáculo.

En tiempos de Augusto, a los parricidas confesos de su crimen, primero se les azotaba para luego encerrarles en un saco con un perro, una víbora, un gallo y un mono. El saco, por último, se tiraba al mar. El propio Augusto era quien, en muchos casos, impartía este tipo de castigo, aunque con cierta indulgencia.

Galba, el César sucesor de Nerón, mandó que cortaran las manos a un banquero y las mandó clavar en el mostrador público de su banco por cobrar comisiones abusivas. Dijo hacerlo para que el resto de banqueros escarmentasen ante las habituales prácticas abusivas.

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De todos los Césares, fue Nerón el que con más interés celebró banquetes. Se llamaba banquete a lo que en realidad eran orgías que podían empezar por la mañana y terminar a medianoche. Para reparar energías, en verano se bañaba en piscinas enfriadas con hielo y en verano con agua templada.

Domiciano, mandó matar a un adivino que, con torpeza, le auguró que sufriría un golpe de Estado. Atormentado por el mal augurio, Domiciano, dudó a la hora de servir el cuerpo del adivino como manjar en un banquete. Sus consejeros le persuadieron para que lo hiciera: le dijeron que hacía mucho tiempo que el pueblo romano no practicaba la antropofagia.