El alcalde de la ciudad de Madrid de la época (1908), el señor Conde de Peñalver, decidió poner fin al “caos” existente entre vehículos y peatones redactando nuevas normas de circulación.
Ante la imposibilidad de conocer y medir la velocidad de los vehículos, exigía el Conde que esta jamás superara a la velocidad “que excedan de la de un tronco de caballos al trote”.
Norma que no dejaba claro cual era el límite.
Esa era la parte para los que conducían coches, para los que caminaban también redacto una norma que “exigía” a los que usaban sus zapatos como medio de transporte que dejaran de circular por las calzadas haciéndolo únicamente por las aceras.
