
En el siglo XVII en Madrid (España) surgió un tipo de bodega que se llamó “torreznillos” o bodegones de puntapié. Y se les llamó así, debido a que podían desmontarse de un puntapié en el caso de que los alcaldes, en su labor de inspección observaran algo ilegal y por lo tanto prohibido.
Eran lugares muy modestos en los que se vendía, exclusivamente, alguna tajadilla de carne de vaca o de cerdo, torreznos y despojos, tales como asaduras y otras vísceras que junto a la grosura tenían una gran demanda, no sólo entre la gente modesta, para los nobles también eran apetecidas.
No obstante era comida especialmente preparada para la gente de pocas posibilidades económicas.